Entrevista con Pedro Palou

Por: Daniel Sefami

Gracias Pedro. Primero si nos puedes contar un poco donde naciste, donde creciste y como fue tu juventud…

Pues nazco en Puebla, en 1966, una ciudad por un lado muy conservadora y por otro lado muy liberal desde el siglo XIX, con una mezcla de estas dos características y tengo la fortuna, quizá como pocos niños, así como algún niño encuentra a un entrenador de fútbol de joven en su escuela. Yo estoy un día caminando por la Biblioteca Palafoxiana y la directora, que obviamente no conozco, me dice: “¡Niño!, ¿sabes leer?”. Y a los ocho años pues uno se enoja: “¿cómo no voy a saber leer?”. “A ver, lee”. Me tiende una hoja, la leo y me dice “¿pues ya ves que no sabes leer?” Más me molesto y me dice: “¿quieres oírte?” Entonces tenía una de esas largas grabadoras de carrete y me pone mi voz y dice: “ves, no sabes leer”. “¿Quieres venir todos los sábados? Yo te enseño a leer”. Ya después descubro que ha tendido un poema de Borges. Pues ¿cómo un niño de ocho años va a leer a Borges, no? Y me enseña a leer en voz alta, a aprender a poner las pausas pero pronto estamos leyendo poesía mexicana con mucha conciencia de lo que estamos haciendo. Y a la misma vez comienzo a leer prosa con ella como maestra de lectura, en el mejor sentido de la palabra, es decir como le pasaría a una persona que estudia apreciación musical, yo tuve una clase, sin quererlo, de apreciación literaria desde los ocho hasta los catorce años. Y luego entre los catorce y los dieciséis empieza a ir a Puebla este hombre que se volvió una leyenda en México, primero por dirigir el famoso taller de Punto de Partida en el que estuvo Juan Villoro, y luego por ir a hacer estos otros talleres a San Luis Potosí, Aguascalientes y Puebla, que se llama Miguel Donoso Parejas, este escritor ecuatoriano que de alguna manera revolucionó la manera en que se enseñaba a escribir en México. Con un rigor muy fuerte, muy exhaustivo. Donoso se fue muy rápido del pueblo porque ganó una beca Guggenheim y se fue a escribir a Barcelona y luego regresó a vivir a Ecuador. Y uno de sus discípulos, un escritor de San Luis Potosí, David Ojeda, se queda con su taller. Yo soy como una especia de mascota del taller por la edad; todos me llevan diez, doce años. Y entre los dieciséis años y los veinte asisto a este taller de Don Miguel y luego de David Ojeda, que son mi formación. Yo siempre he dicho que tuve una formación paralela; que en realidad no estudié literatura ni en el colegio ni mucho menos después en la universidad, o que la estudiara formalmente, sino con estos dos maestros que me enseñaron por un lado que la literatura es mucho placer pero  también que es mucho rigor.

¿Cómo es que llegaste a hacer tantas cosas tan diversas?

Pues yo creo que por un lado la literatura exige, como decíamos, mucho rigor pero los resultados se ven muy lentamente. Y nunca sabes si estás haciendo gran arte o si simplemente estás llenando páginas. Entonces muy pronto me doy cuenta que si yo sigo estudiando literatura formalmente, es decir, mi carrera académica se vuelve una carrera literaria, van a chocar las dos cosas. Entonces tengo la oportunidad de irme a estudiar en el colegio de Michoacán, y soy de la última generación a la que le toca un último seminario con Don Luis González y González. Y yo hago un Doctorado en realidad en Ciencias Sociales con un énfasis en Historia y Sociología. Estando allí, Zamora, Michoacán, en ese pueblo, (que es muy interesante porque obviamente hay sabios pero son muy aburridos), una de las esposas de uno de los profesores del colegio de Michoacán, una antropóloga francesa, tiene un restaurante donde asisto para divertirme y comer algo rico y un día me dice: “¡Oye! Consíguete a otro compañero y hacemos un diplomado Cordon Bleu y les enseño a guisar”. Me convierto en chef con ella y después dije: “pues, yo voy a poner mi propio restaurante”. Y luego la casualidad me llevó a hacer televisión con la gastronomía. Y el haber hecho esa televisión me llevó a hacer después televisión con historia que era la otra cosa que yo había hecho, con History Channel, pero fue muy fortuita la televisión y fue muy fortuito el aprendizaje formal de la cocina porque yo había sido un niño muy curioso y además con ganas de comprar libros, entonces desde muy joven trabajé como pinche de un restaurante de comida típica mexicana en Puebla, al lado de una mayora, con la que se aprende totalmente distinto que las técnicas refinadísimas de Cordon Bleu ¿no? Yo aprendí, no con una chef, sino con la friega de lo que es hacer mole para trescientas personas en Las Fuentes, como se llamaba el restaurante. Remedios se llamaba la mayora que formó. Empecé de lavaplatos y algún día me permitieron entrar en lo que se llama línea fría a hacer cortes, y picar. Y con eso me pagaba yo mis libros y mis lecturas. Entonces, paralelamente siempre tuve muchos trabajos locos. Y en mi familia, por otro lado, el futbol ha sido como el vehículo de unión y de conversación. Todos mis hermanos han tenido alguna cuestión con el futbol, y uno de ellos en particular pues fue portero profesional y ahora es Director Deportivo de los Xoloitzcuintles. Entonces como yo sabía que era malísimo jugando fútbol, dije: “¿qué hago?”. Y un día le dije a mi papá: “¿Qué opciones me das?”, y me dijo: “Pues léete esto”, y me dio las reglas del futbol de Pedro Escartín. Y luego en la escuela de futbol a la que iban mis hermanos,  fui el primero en ir a una escuela de fútbol a, en vez de aprender a patear, a arbitrar. Y pues luego seguí, ya  hice mis estudios formales de árbitro. Estuve en el torneo de los barrios, arbitré unas reservas alguna vez Cruz Azul – Puebla. Me golpearon en un torneo de los barrios y dije: “Ya no quiero arbitrar”. Entonces he hecho muchas cosas.

¿Cómo haces para combinar tu parte académica con la producción creativa de la literatura? ¿Te divides? 

Por completo. Yo creo que sí necesitas hacerlo. Primero tienes que ser muy disciplinado, pero luego sí tienes que dividirte. Yo desde muy joven, para poder subsistir siendo profesor, me llené de clases. A partir de cierta hora, se clausura el mundo académico y empieza el mundo literario. Esto es más fácil cuando clausuras lo académico. Lo que es más difícil es hacerlo con lo literario, sobre todo cuando estás escribiendo novela: las ideas no te van a venir a la hora que tú quieres. Si son las ocho de la mañana y se te ocurre una cosa importantísima para un capítulo pues, ni modo, dejas todo lo que estás haciendo y la escribes en una libretita, en una tarjeta. Pero como soy disciplinado, como decía, también tengo una costumbre de escribir diariamente, entonces esas ideas se van a verter fácilmente; van a poder seguirse vertiendo en pequeños capítulos, en fragmentos, en escenas, porque estoy siempre pensando literariamente. Ahora en Estados Unidos, en estos últimos seis años, es un privilegio que de alguna manera tú puedes diseñar uno de tus dos seminarios al semestre, totalmente libre. Entonces, por ejemplo, cuando estaba escribiendo la novela de Villa, me eché un seminario, que desde prepararlo hasta darlo era parte de mi propia investigación como novelista. Aunque no solo para justificar, sino para que tuviera sentido entre los alumnos, más que literatura, lo que quise hacer fue imágenes visuales y literarias de Villa. Entonces los chavos veían películas, leían incluso comics que se han hecho sobre Villa, poesía, que no solo es mexicana. Hay un gran poeta irlandés, Paul Muldoon, que tiene un súper poema sobre Villa. Eso me sirve para investigar y a lo mejor al mismo tiempo estoy escribiendo. Por ejemplo ahora estoy trabajando un ensayo largo literario, casi tan literario como una obra de creación pura, aunque es un ensayo, sobre lo policial como concepto. A diferencia de lo que muchos teóricos afirman que lo policial es contemporáneo, yo empiezo a revisar lo policial en la literatura griega y estoy convencido de que ahí empieza. Si no se le puede llamar obviamente policial, el género judicial, de investigación judicial, de investigación de la ley y de la aplicación de la ley. Y estoy muy metido en  este ensayo y como es un ensayo que me va a llevar bastante tiempo, pienso en el otoño del 2017 dar un seminario, y se vuelve bien interesante porque son meses y hasta años de preparar algo para poderlo dar en clase. Y luego, cuando lo estás dando en clase, de alguna manera tienes que tenerlo muy claro o terminar de aclarar. Entonces ese seminario creativo que doy una vez al semestre, a diferencia de las otras materias que son, digamos, panorámicas de la literatura o revisiones de algún autor como García Márquez, que no me sirve directamente para escribir, estos otros sí.  Siempre los hago muy relacionados con lo que estoy escribiendo en ese momento. Cuando entré a esta universidad en la que estoy ahora, Tufts, el decano que venía, curiosamente no de ciencias, sino de Historia del Arte, un poco violentamente, cuando estamos en la negociación para firmar el contrato, me dice: “And your fiction in your house”. Y le digo: “Pues, yo siempre he escrito mi ficción en mi casa, fuera de mis horas de trabajo”. Yo creo que el escritor es un poco vampiro que le tiene que robar horas a la noche para escribir.

¿Nos puedes contar un poquito sobre las clases que has dado en Middlebury?

Pues empecé hace tres años a invitación de Jacobo Sefamí a venir un verano. Primero vine tres semanas y di un taller de cuentos latinoamericanos y una primera versión muy reducida de una clase de cine que he ido ampliando y mejorando y cambiando. Este verano estoy dando esa clase de cine pero mucho más, para aprovechar que tengo seis semanas y puedo elaborarla, y es más bien una clase donde el cine es un fenómeno de la cultura para la identidad del mexicano en el siglo XX; entonces es Cine e Identidad en México. Y estoy sustituyendo el seminario de Creación Literaria de Eduardo Espina. El año pasado, en cambio, como obviamente Eduardo estaba dando Creación, yo estuve dando también una de estas materias que todos los estudiantes de la Maestría toman de Análisis Literario. Venir a Middlebury es compartir también lo que sabes, o empezar a entender también como lo pueden aplicar profesores de preparatoria (high school) que vienen aquí a estudiar una Maestría. Entonces es otro tipo de estudiante, totalmente distinto. Aquí, yo veo que los propios alumnos te preguntan “¿Bueno, y cómo enseñaría yo esto?” o “Esta película está muy dura, pero ésta a mí me gustaría mucho. ¿Qué otra bibliografía me recomiendas?” Incluso tú mismo les empiezas a preguntar. Por ejemplo en Creación: “¿Cómo enseñarías a escribir una crónica en español a un niño, a un joven estudiante de preparatoria?” Nunca había yo dado clases en una Maestría que de alguna manera es profesionalizante, que no es solo por el placer intelectual de seguir estudiando o de volver a investigar un tema o como cuando di clases en Doctorado. Lo interesante de Middlebury es la aplicación casi práctica que los alumnos se llevan para mañana; en agosto están dando clases. Es inmediato, entonces ellos están ávidos; es una avidez que no había visto y luego también la intensidad es interesante porque en un semestre es como en una novela: hay muchos puntos muertos. En un verano como este no puede haber puntos muertos. Así que sí: han sido para mí tres años muy divertidos, muy interesantes.